La capital del Reich


I
En su devenir tricolor imperial
las banderas flamean ingenuas, torpes
y espantan con la pezuña el fétido mosquerío ciudadano.
Inocuas, ventilan en su devaneo los aires del poder
para que fluya entre las calles,
para que la ley se presuma conocida por todos,
para que no nos olvidemos de los vivos
y a veces, sólo a veces, de los muertos que hizo subir al cadalso

Habitar en este cemento agrio
en este suelo sucio y mil veces pisoteado.
Habitar, sobrevivir, jamás vivir aquí.
Alentarse a cada paso
en calles de construcciones neorientales,
yanquimente arribistas,
en cuyos ventanales de espejos
no puedo ver mi reflejo de vampiro
ni siquiera a plena luz del día.

Los estandartes imperiales determinan el andar,
la luz de uno y mil semáforos a la vez,
el respiro en el calor seco y tozudo,
en el frío de clavos que nos crucifican,
la forma de atarse los zapatos,
de usar un peine,
de recibir los azotes de las banderas gobernantes del Reich,
todo nace y muere en ellas,
en su silente flameo
¿En nombre de la patria?
¿La patria que apenas arroja
a sus insectos las migajas que sobran de sus dilectos banquetes?

II



Yo huyo por los subterráneos,
por los pasajes bajo techo,
el sol acá quema más de la cuenta,
y la noche es siempre más oscura.
Busco en las vitrinas al menos un lirio ejecutado
husmeo en los ascensores en busca
de una dosis de silbidos
Ardo en sudores,
me esfuerzo en kioscos,
me redimo en los cines,
escupo en las mansiones
y me duermo entre el ruido celestial de los microbuses,
el grito de un acuchillado,
el neón que entra por mi ventana,
el último suspiro antes de mi benzodiazepínico oriente eterno.

III

Las pesadillas en su líbido de bestia
hacen añicos cualquier inteligencia circular
nos llenan las manos de penumbras
la caricia de lepra
los pies de yagas.
Monstruosas tus fauces,
ciudad, nación, común unidad,
me despierto entre masas de óxido
entre latas bañadas de tu miasma
de mi bilis
de mi derrotero
de mi látigo
de tu cruz
tan culposa
tan hiriente
tan tristemente de arena.
Rubicunda en agresiones
progresiva en perversiones
te salivo en la oscuridad de mi sueño
en tu lavada cara de escenografía de circo.

IV

Despertares en que el sol pega
como bofetada seca, de padre,
despertares en que un rayo
y una estatua de conquistador
se arriman en el abrazo.
Amaneceres que miran una cruz,
miles de gotas de ducha,
millones de respiros como una plaga,
que lavan y lavan
pieles que soportan y cicatrizan.
Y yo me alisto
me muevo con rapidez
con lejana pleitecía
con mi verborrea infranqueable
con los ojos llenos de tierra
y te saludo al fin,
vivo un día más
un días de estos,
de siempre,
como siempre,
anodino,
odioso,
incorruptible,
en la capital del Reich

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