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Mostrando entradas de abril, 2009

babel

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concurre el mismo hecho a la misma hora, no se da por sabido el cruce que se niega y retuerce en su destino, cuando el fiero tráfico lastima un oído y la convocatoria de suceso y minuto languidece en el saludo. al paso se dicen tantas cosas: bendiciones, parabienes, enhorabuenas o la simple ignominia que, testigo desde su altar, no alcanza a beber el vino de la causalidad (y no de la casualidad). lentísimo adaggio de arrabal o sopresiva fuga de metrópoli, entre contadores, tinterillos, leguleyadas, lanzas, cafés y estafa hay una sorpresiva mano que atrapa. se vienen los recuerdos volubles, la pregunta de cajón y la invitación pendiente de hace años de hace mil siglos cuando ambos nos conocimos, en un árido montón de piedras que moldeaban una ciudad la que jamás cuajó, en ese estúpido sueño, en esa torpe comparsa. ¿como en Babel, recuerda? sonríe el encontrador, toma el bolso y marcha. el encontrado revisa su billetera. hay dinero suficiente, nadie dice nada... Como en Babel ¿recuerdas?

ombligo

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en este punto, en este observatorio, en este ojo u ombligo, el anverso no es reverso. ni el oscuro ni el claro es certero, ni siquiera el borde o el cuerpo. mas el deseo mas la espera mas los días que no son días, o las canas que no son canas reviven acá, en el peso inescrutable del mundo sin orillas. una ceja se pierde donde la humedad de una mascada parece el remedo del olvido, de la ignominia o la presencia, o de años atrás en que fuiste la amplitud del mundo. acá no hay convenciones y acá no hay misterios, sólo existen los que viven y los que mueren se harán jirones y los que profitan, harapos. huellas de espera de paciencia o de cruzar de mar a mar de océano a océano de tu paso a mi paso, de la transitada noche a nuestra noche, la ignorada y oculta noche entre las piedras.

asir (jazz)

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se esconde en el trino oratorio de un blues, la cuerda de acero de un lejano paso, según van las olas en su diáspora irresoluta. en la cuerda del matiz se divisa el peso de tu almohada o el estrecho clamor de tu entrepierna a mares de distancia. y mientras el saxo pasa al soul y el bajo al jazz compasivo, quien escribe se socava en los escupitajos agudos de un platillo que abanica el resplandor de cuatro tristes tías solteronas que en su casa oran, o de cuatro tristes zapateros que en su taller beben, o de cuatro tristes niños que en su revancha de calle le dan a una pelota. y yo estoy siempre allí, en la lejanía vital de tu adherencia, en el grano café al fondo de tu taza, en Cataluña, Praga, Berlín o Basilea, escuchando a Paul Desmond o a Bill Evans. fecundo como siempre, cruzado por ideas, rabioso de alegrías, carente de tu abrazo, a centímetros de tu pecho y cintura. al final de todo suena. la melodía irreverente de una comparsa que no reconozco, la sordina de un grito o el estampi