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Mostrando entradas de marzo, 2008

on HER blindness

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Indigno de los astros y del ave Que surca el hondo azul, ahora secreto, De esas líneas que son el alfabeto Que ordenan otros y del mármol grave Cuyo dintel mis ya gastados ojos Pierden en su penumbra, de las rosas Invisibles y de las silenciosas Multitudes de oros y de rojos Soy, pero no de las Mil Noches y Una Que abren mares y auroras en mi sombra Ni de Walt Whitman, ese Adán que nombra Las criaturas que son bajo la luna, Ni de los blancos dones del olvido Ni del amor que espero y que no pido... (J.L. Borges "El oro de los tigres", 1972). Originalmente "ON HIS BLINDNESS"

muerden

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Hoy supe de cocodrilos que muerden y sueltan, así son los cocodrilos. No sueltan, carne de cocodrilos... No importa mucho serlo, porque siempre hay un gusano que sueña con serpientes. Y aunque los gusanos sean ratas y las ratas de la misma especie, no me han sacado la traquea, esa que los pincha de palabra, esa que los mueve.

La guerra venía en camino

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Supuse que las cosas no estaban bien, lo decían los kioscos, nadie más. El resto de los funcionarios guardaba silencio y asentía. Encogiéndome de hombros, con un cigarrillo en el labio, le comento a Aníbal que me huele a sospecha, que eso lo maneja el gran cerebro. -Al final del túnel está la luz - dice mi camarada. - Sí, siempre - le digo - y nadie la alcanza. -Claro, porque siempre hay un tipo montado sobre un carrito que pone reversa y se encarga de que jamás la agarres. - Te metes al túnel, ves la luz y nadie va a alcanzarla - le digo riendo -¡Jamás! Le tomo el hombro y lo dirijo al café donde siempre están las chicas. "¡Ahí sí que hay luz!", pienso, y enciendo mi cigarrillo.

De cómo conocí a Antonio Lubenzo (Brevissimo)

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Hace un tiempo indeterminado - desde hace días y noches el tiempo para mí no existe - me encontraba en una perfumería del centro de Santiago con la idea de comprar algo de gomina para mi gato angora . Una vez afuera, me encontré en la puerta junto al mismo señor de aspecto gentil y buenas maneras que aguardaba a mi lado ante el mostrador del local comercial, quien me señala: -Si no me equivoco esa es mi bolsa y se la han dado equivocada. -Si no me equivoco esa es mi bolsa y creo que también se la han entregado erróneamente - le respondo con ademán ciudadano. -¿Porta usted gomina? -¡Claro que sí! ¡Cómo no! - y le extiendo mi paquete. Sonreímos entregándonos los envases respectivos. -Antonio Lubenzo, patafísico - dice y alarga su mano. -Salinero... aprendiz. Caminamos varias calles hablando de las propiedades de la gomina, de su viscosidad inconmensurable, de la suerte del hombre del siglo XX tras ese invento notable, de sus efectos positivos para la concentración y el pensamiento. Hici

Plastilina y mendrugos

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Lubenzo está junto a Luzardi, el doctor Federico Luzardi , quien de la física y las matemáticas derivó rápidamente a la patafísica al no encontrar soluciones satisfactorias a sus postulados. Mientras Lubenzo trabaja con una rueca de hilar, en busca del movimiento permanente de un balancín para aves, Luzardi está en su mesa de trabajo y realiza circunferencias con un compás suizo de larga data. Borra fórmulas y vuelve a reescribirlas, enciende la pipa, camina unos pasos, mira por la ventana hacia el nogal y pregunta: -Lubenzo, ¿qué haría usted con 33 mendrugos de pan? -Multiplicarlos, así los reduzco. 3 x 3= 9 ¿no es así? - le responde el maestro, sin dejar la manivela que mueve la rueda -Gracias... Luzardi vuelve a su mesa de trabajo, sonríe. Ambos habían descubierto la reductibilidad de lo irreductible o plastilina moderna .

Precisión Lubenziana

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Caminamos con el maestro por la quinta de su casa. De pronto extrae un antiguo sable de entre su ropaje y corta uno de los frutos del nogal en dos. Guardo silencio. - ¿No va a decir nada? - ¡Qué precisión! - exclamo temeroso, mientras él me observa con la espada en la mano. - ¿Precisión? - Lubenzo se encorva para recoger la nuez partida por la mitad y de manera horizontal - Fallé por dos milímetros. El objetivo era la hormiga. Lanzo una bocanada de humo y contemplo el filo del sable. El maestro entona un antiguo tango y sigue caminando por la casa quinta.