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Mostrando entradas de septiembre, 2006

Vuelo sin orillas

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Abandoné las sombras, las espesas paredes, los ruidos familiares, la amistad de los libros, el tabaco, las plumas, los secos cielorrasos; para salir volando,desesperadamente. Abajo: en la penumbra, las amargas cornisas, las calles desoladas, los faroles sonámbulos, las muertas chimeneas, los rumores cansados, desesperadamente. Ya todo era silencio, simuladas catástrofes, grandes charcos de sombra, aguaceros, relámpagos,vagabundos islotes de inestables riberas; pero seguí volando, desesperadamente. Un resplandor desnudo,una luz calcinante se interpuso en mi ruta, me fascinó de muerte, pero logré evadirme de su letal influjo, para seguir volando, desesperadamente. Todavía el destino de mundos fenecidos, desorientó mi vuelo -de sideral constancia- con sus vanas parábolasy sus aureolas falsas; pero seguí volando, desesperadamente. Me oprimía lo flúido, la limpidez maciza, el vacío escarchado, la inaudible distancia, la oquedad insonora, el reposo asfixiante; pero seguía volando,desesperada

Gare du Nord

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Bebo, rústicamente bebo, y dosifico la bebida para no tener más dolores que los que ya porto. Bebo, bebo vino y noto cómo la sangre lo va recibiendo para quedarse allí dando vuelta quien sabe por cuánto tiempo. Ya no bebo inconsciente, sé de manera perfecta por qué lo hago. Ejecuto el sorbo a la copa de modo anestésico, para que los tristes días den paso a las bellas noches o viceversa. Bebo lento. Difruto este beber. Me hace un nimio artilugio, una piedra indolora. Bebo, porque me convenzo de que hago o hice lo que tengo o tenía que hacer, de que conduzco este enorme cuerpo y espíritu a los lugares a los que debe ir. Bebo lejos de los míos. No hay con quien chocar la copa ni darse parabienes. No hay bendiciones recíprocas ni miradas a los ojos, ni risas cómplices de bebedores, ni desvaríos. Bebo. Bebo solo. Imagen patética habrán de pensar algunos y yo digo: "Bienaventurados los que me miran beber, porque de ellos me río a carcajadas". Bebo solo, mirando a una estación de tr

A paso tuerto

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El agobio, la furia indistintamente se dibujan entre paréntesis y siempre asaltan a degüello, como en una caminata entre sombras o por arrabal peligroso, por ignominiosa vía. Hay que arrojarse al paso de las aguas o simplemente taladrarse los ojos para salvarse antes de todo (Gracias por el delirio / Poemario inédito / Esteban Salinero)

El cruce

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Al otro, a Salinero, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por las ciudades y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Salinero tengo noticias por el correo y veo su nombre en algunos recuerdos. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía, las etimologías, el sabor del café, la cerveza, un cigarrillo y la prosa de Borges; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Salinero pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole