Mi oído en su corazón
No sé en cuanto tiempo más veas todas estas letras enmarañadas, estas frases hechas y deshechas una y otra vez.
No sé cuantos ríos de sangre habrán de pasar bajo el turbio caudal de mi existencia, ni cuantas oscuridades ciegas, más ciegas que la miseria, habrán de ceñirse a mi garganta, a mi pecho, a mi habla.
¿Tendrán que hacerse ovillos los gatos; las mañanas, tardes; las noches, días; y blancos los negros para destramarte? ¿Deberán transformarse en líos los problemas, en mentiras las farsas o en montañas las piedras? o, más bien, ¿tendré que seguir el sordo ruido de la respiración de tu flujo o los cristalinos de tus ojos frágiles?
¡Oh, mi cuerpo avasallador, como piedra sobre piedra fría, como redes sobre redes, como letras sobre letras, como notas sobre notas!He de hacerte saber que sin el roce de su halo distante no soy más que un átomo que flota, polvillo ululante, un sonido nimio, un sordo chasquido.
Que me voy haciendo fractura, roncha, picazón, quiebre, molienda, torcedura en la vista de lo que no ha de venir. Que me voy mascando agrios dormires cada noche, que me voy demoliendo pasos, que me voy torciendo calles por si te abordo, te encuentro, te rapto o te beso.
Que si no estuviera yo atado a esta lama ni tu atada a ese demonio, ni yo cercado por bienes y parabienes, ni tu rodeada por quien sabe qué designio tortuoso, un día hablaríamos de peces, de nubes, de ciudades allá abajo y del bendito libro que escribiremos.
(Agradezco el título a mi amigo el escritor anglo-paquistaní Hanif Kureishi, a quien no conozco ni he leído pero que, en aquél regazo y refugio, ha sido profundamente inspirador).
No sé cuantos ríos de sangre habrán de pasar bajo el turbio caudal de mi existencia, ni cuantas oscuridades ciegas, más ciegas que la miseria, habrán de ceñirse a mi garganta, a mi pecho, a mi habla.
¿Tendrán que hacerse ovillos los gatos; las mañanas, tardes; las noches, días; y blancos los negros para destramarte? ¿Deberán transformarse en líos los problemas, en mentiras las farsas o en montañas las piedras? o, más bien, ¿tendré que seguir el sordo ruido de la respiración de tu flujo o los cristalinos de tus ojos frágiles?
¡Oh, mi cuerpo avasallador, como piedra sobre piedra fría, como redes sobre redes, como letras sobre letras, como notas sobre notas!He de hacerte saber que sin el roce de su halo distante no soy más que un átomo que flota, polvillo ululante, un sonido nimio, un sordo chasquido.
Que me voy haciendo fractura, roncha, picazón, quiebre, molienda, torcedura en la vista de lo que no ha de venir. Que me voy mascando agrios dormires cada noche, que me voy demoliendo pasos, que me voy torciendo calles por si te abordo, te encuentro, te rapto o te beso.
Que si no estuviera yo atado a esta lama ni tu atada a ese demonio, ni yo cercado por bienes y parabienes, ni tu rodeada por quien sabe qué designio tortuoso, un día hablaríamos de peces, de nubes, de ciudades allá abajo y del bendito libro que escribiremos.
(Agradezco el título a mi amigo el escritor anglo-paquistaní Hanif Kureishi, a quien no conozco ni he leído pero que, en aquél regazo y refugio, ha sido profundamente inspirador).
Comentarios
En su escritura, que está claramente influenciada por argentinos como Roberto Arlt y Jorge Luis Borges, se aprecian serios llamados de atención en búsqueda de la felicidad aún cuando vengan desde el pantanal negro de la vida. Usted posee una lírica de la redacción fresca y cosmopolita. Por eso me encantan los aportes en sus crónicas y relatos. Es ahí cuando usted vive y nos hace vivir.