Los señores
Van y vienen con paso igual cada día. Nibelungos amaestrados para proteger los tesoros, calcinados bajo el tedio del ius de la balanza y la ciega estatua. Problemas, laceraciones, destinos, obstinadas disputas. El códice manda, las fojas se imponen, y los señores se hacen cíclopes estreñidos, laboriosos picapleitos, honorables tinterillos, administrador de horrores. ¿Qué fue del jubiloso muchacho, pelilargo, paticorto, , que pasó del hablar laxo al lenguaje enrevesado, y la semántica torcida; de mirada diáfana a ojos torvos; de la mano sudorosa a un apretón seco, casi de muerto? Mal de males, dolor de dolores. El infarto es incipiente en el corazón de los señores. No ven existencias si no leyes, no ven lágrimas si no falsedades. Y yo... Yo que estuve una vez en la misma trinchera, en el mismo desborde.